Ariel Levinas
Lo primitivo, lo natural, despiertan mi curiosidad y el deseo de ver con mi propia mirada; el barro y el adobe se trasforman en la esencia de la tierra y en la casa del hombre. Así es la historia en el África, el África negra, occidental, esa África primitiva, auténtica, poco tocada por el hombre blanco, que ya la colonizó, la usó y la desechó, gracia y desgracia: Malí, el antiguo Sudan, con sus vestigios franceses, su música, sus aromas y sus colores tan africanos.
Presentada durante años como el paradigma del hambre y de la sequía en el mundo, tras salir del duro régimen comunista y de la terrible guerra de liberación de Eritrea, Etiopía comienza a mostrar sus encantos a los ojos del viajero. Fue conocida antiguamente con el nombre de Abisinia; término que proviene del árabe "habbash" que significa amasijo o mezcla de pueblos, y se diría que el término es el que más se ajusta a su diversidad étnica.
Viajamos a la China en 1992, visitamos en forma breve los íconos de la República, lo que podría llamarse el turismo clásico. El comunismo de Mao estaba comenzando a mutar, fue el momento de ver un Pekín lleno de grúas y bicicletas. Nos preguntábamos ¿dónde se esconde la cultura popular, los pequeños grupos étnicos orgullosos de su diversidad? Tratamos de encontrar la respuesta en un recorrido por esa China remota y virgen.
A través de la isla de Honshu miraramos cada uno de los rostros de Japón, y nos maravillamos no sólo con su pasado, sino también con su presente. Comenzando en la deslumbrante Tokio, donde conocimos las contradicciones de la actual sociedad japonesa, nos internamos en las colinas boscosas de Nikko, que albergan algunos de los más bellos santuarios de Japón.
Encontraremos grandes bosques de baobabs, plantaciones de té, mares de anacardos y mangos para llegar al lago Malawi, donde visitaremos las pequeñas poblaciones de pescadores de las gentes Yaoas. Atravesaremos el Makonde plató para continuar por un paisaje rocoso tipo pan de azúcar que nos deposita en el Índico.
Este sería un viaje distinto a otros, en el que el día y la noche se entrelazarían a través de suaves luces y sombras desafiando a la mente a tomar real noción del paso del tiempo. El silencio aquí es total. La vida transcurre entre el sol, el agua y el hielo, pocos elementos con los que el paisaje elabora infinitas variantes. ¿Es el comienzo o el fin del mundo? Esa pregunta surge frecuentemente mientras uno se interna en el Mar Antártico y su verano.